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El hombre de las mil máscaras

Djokovic, versión show, en el adiós a Nalbandian Getty

BUENOS AIRES -- Mira a los ojos a quien pregunta. Escucha, procesa y, antes de que la traductora empiece la interpretación, se anticipa: "Entendí, entendí". Balbucea una introducción en español, pero luego se excusa y sigue en inglés. Ahora sí deja que hablen por él, aunque no se desliga de sus palabras: "Excelente traducción
-acota cuando se cierra la respuesta-. Realmente es un placer escucharte". Sonríe, contesta con gracia, se muestra descontracturado. Maneja con diplomacia las consultas sobre dicotomías ajenas (Messi y Cristiano, Del Potro y la Davis o hasta San Lorenzo y Boca). Y deja títulos: "Entrenaré estilo Rambo", el más replicado. Él es Novak Djokovic. Y el show ha comenzado.

Aquella conferencia, el primero de sus cuatro días en Argentina, fue también el único contacto formal que el serbio tuvo con la prensa. El viernes lo consumió la experiencia Perito Moreno, el sábado se sumó a la despedida de David Nalbandian y el domingo compartió cancha con Rafael Nadal por enésima vez en el año. Pero en todas sus apariciones hubo un patrón común: el sentido de la ubicación.

Djokovic entendió siempre el contexto: cuando hubo que reír, rió; cuando hizo falta show, se calzó su viejo disfraz de joker; y cuando la ocasión le demandaba una respuesta seria, más tocante al N°2 del tenis mundial que al "divertido imitador del circuito", adaptó su semblante por uno más solemne, casi reflexivo.

Y en cada una de sus versiones, hubo una suerte de compromiso: raqueta en mano, se brindó al espectáculo sin reparos, reconociéndole su costado recreativo al concepto "exhibición"; micrófono mediante, buscó escaparle a la respuesta prefabricada, aunque mucho del intercambio haya sido protocolar: "¿Qué referencias tienes de Argentina?". "¿Qué te parece el público argentino?". "¿Qué opinas del deporte argentino?". Queda clara la idea.

Nole, entonces, fue médico, acróbata, orador. Así de corporal resultó su puesta en escena argentina. Casi como un juego de máscaras, alternando gestos y fisonomías. Y la lista sigue: imitador, bailarín, showman...

En ese juego de representaciones, vale puntualizar los extremos: el dobles del sábado, junto a Nadal y contra Nalbandian más Juan Mónaco, ofreció, probablemente, el pasaje más disfrutable de toda la aventura sudamericana de los dos mejores del mundo. Djokovic se divirtió, hizo divertir e incorporó al combo una faceta pendiente hasta entonces: el tenis como show, el virtuosismo al servicio del público.

Su costado más sobrio ya había tenido lugar. Se dio durante la conferencia del jueves, y a partir de una pregunta fuera de programa. Literalmente: la rueda de prensa se había cerrado y el serbio estaba levantándose para irse, cuando una periodista irrumpió: "Novak, ¿qué le dirías a los chicos que sufren la guerra en el mundo?". El contexto descolocó a varios, pero Djokovic enseguida recuperó su posición, se tomó algunos segundos antes de responder y constató:

"Lamentablemente yo he debido vivir dos guerras. Entiendo lo que es atravesar algo así. Es lo peor que le puede pasar a una persona, no se lo deseo a nadie. En la guerra nadie gana. Es todo destrucción, todo devastación". "A los niños les digo que, pese a todo, crean en sus sueños. Ayudarlos en ese proceso es responsabilidad nuestra; debería ser un instinto natural. Y es lo que trato de hacer con mi Fundación".

No es la primera vez que el serbio habla de la guerra. Pero tampoco es un asunto que toque con frecuencia. En efecto, tras ganar su primer Grand Slam, en Australia 2008, se excusaba ante una pregunta que le recordaba su infancia entre bombardeos: "La verdad prefiero no referirme a ese tema. Es algo que me gustaría obviar". Aquel Djokovic tenía 21 años. Con el tiempo, se fue abriendo; y hoy, más maduro y con otro rol en el circuito, otra repercusión dentro del deporte en general, ensaya lecturas de vida:

"La guerra nos hizo fuertes -repitió durante el último US Open-. Fue una época en la que estuvimos totalmente indefensos, sin control alguno de la situación. Dejamos que el destino decidiera. Y a su manera resultó una gran lección de entereza mental, de realmente comprender lo que es no tener nada y empezar absolutamente de cero".

Ese también es Djokovic. El hombre más allá del show. El hombre de las mil máscaras.