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Hoy no juego, es día del Señor

En su primer Mundial, Irlanda del Norte se negaba a jugar en domingo pero el arquero Harry Gregg, sobreviviente de un avionazo con el Manchester United, los convenció de salir al campo.

Todos los jugadores de Irlanda del Norte estaban hechos de un solo molde. Eran protestantes obstinados jugando su primera copa del mundo en Suecia 1958. Por eso, unos días antes de debutar ante Checoslovaquia llamaron a una reunión urgente para arreglar con la FIFA el cambio de día, no querían jugar en domingo por que ése, estaba consagrado al señor.

No importaba que fuera el debut ni tampoco el trabajo arduo que habían hecho para clasificar al Mundial. Juntos en un salón del hotel de concentración, deliberaban en la forma en que se negarían a saltar al campo.

Sin embargo, entre ellos mismos había dudas. Algunos callaban porque esperaban el momento exacto de dar su opinión. En una esquina estaba Willie Cunningham de brazos cruzados, frente a él Bertie Peacock y en la mesa jugando con un vaso Peter McParland, el goleador del Aston Villa que era una voz cantante del grupo apenas por debajo del capitán Danny Blanchflower.

Pero ninguno tenía la palabra de trueno como la de Harry Gregg, el portero del Manchester United. Todos le respetaban no sólo por su capacidad en el arco, sino por la experiencia que había pasado hacía cuatro meses.

Fue entonces cuando se levantó apoyado en su rodilla derecha, esa misma que más adelante le dolería causándole problemas hasta el hastío. Ante la concurrencia que eran sus compañeros, habló con la autoridad que nace del sacrificio y la voluntad.

“Ey, chicos, peleamos mucho para llegar hasta este Mundial con la ayuda del señor, no creo que le moleste que ganemos si pensamos en él. Además, en Irlanda del Norte está prohibido jugar en domingo, pero aquí es Suecia, así que salgamos a hacer futbol”. Irlanda del Norte debutaría en domingo ante Checoslovaquia, con triunfo por cierto.

Y es que Harry Gregg sería el mejor portero del Mundial. Sus lances, atajadas y atrapadas no estaban para nada exageradas con cualquier adjetivo. Sobre todo en el último partido ante Alemania en donde se convirtió en una saeta bajó los tres postes. Jugaba con boina y sueter color ocre. Era arrojado a la hora de lanzarse a los pies del rival o efectivo al saltar, Gregg era motivo de aplausos especiales.

En febrero de 1958, a cuatro meses del Mundial , ocurrió la tragedia de Munich, el avionazo donde murieron 23 personas entre ellos 11 jugadores del Manchester United cuando hicieron una escala y al intentar el despegue de nuevo, no alcanzaron altura suficiente estrellándose en los montes colindantes al aeropuerto. Harry Gregg fue un sobreviviente que aún abierto de la cabeza por un golpe, tuvo determinación para sacar del peligro a azafatas, tripulación y compañeros de equipo, entre ellos a Bobby Charlton y su capitán de selección, Danny Blanchflower, que apoyó la idea de jugar en domingo, “porque Harry siempre tiene la razón”.

Después de aquel gran juego contra Alemania, donde Irlanda del Norte empató a 2 goles, Harry se lesionaría la rodilla derecha teniendo que ceder sitio a Norman Uprichard en el juego de desempate de grupo ante Checoslovaquia para pasar a los cuartos de final.

Decían que Harry Gregg se paseaba con bastón los días previos a los cuartos de final por el dolor que le causaba la rodilla derecha y que se dudaba verlo ante Francia pero salió al campo entre aplausos de devoción, no sólo de su afición sino del mundo entero. Levantaba las manos y aunque aquellos gestos necesariamente hubieran tenido algo de artificial, todos sabían que estaban ante un héroe.

El futbol tiene esos atajos en la vida de cualquier hombre, incluso tiene esos submundos crueles con los mejores. Ante Francia, Harry Gregg conoció la tristeza, se topó con Just Fontaine, un delantero insondable y peligroso que en ese Mundial se pondría en el círculo inalcanzable de 13 goles. A Harry le hizo un par.

Irlanda del Norte quedó eliminada un jueves, ni siquiera en un día del señor. Con el tiempo, varios de sus compañeros que se negaban a jugar en domingo comprendieron que lo que había vívido Gregg en el accidente aéreo, era la señal de que Dios ve futbol cualquier día.

Esta historia es parte de una colección de 20 escritos, uno por cada Mundial, desde Uruguay 1930 hasta Brasil 2014: