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México 1986: Uruguay contra las tarjetas rojas

José Batista es el jugador que tiene el récord de la expulsión más rápida en la historia de los Mundiales, apenas 56 segundos en el campo.

El 13 de junio de 1986 se dio la expulsión más rápida en la historia de los mundiales. Fue a José Batista, un discreto medio de contención de la selección uruguaya, cercano a quedarse calvo y que ganó fama mundial porque duró 56 segundos en el partido contra Escocia.

Fue una barrida severa pero lateral sobre Gordon Strachan que el silbante francés, Joel Quiniou, enrarecido como todo el ambiente que cargaba la FIFA contra los uruguayos, decidió juzgar tajantemente con la roja.

Ricardo Tabó fue utilero de Uruguay en dos Mundiales. En aquel viernes en Ciudad Neza se encontraba aún en los vestuarios cuando vio entrar de nuevo a José Batista.

-“En serio, me expulsó el pelotudo del árbitro”.

-“No es cierto, ni si quiera he escuchado los himnos"-.

-“Asómate y ve el juego”-, le dijo Batista con las manos en la cintura y la cara escurrida de incredulidad.

Tabó miró a lo lejos a los jugadores duplicar esfuerzos y al técnico Omar Borrás, enrojecido del rostro, cambiando la estrategia. A Borrás le decían ‘el profesor’, pero nadie sabía el título que ostentaba. Será uno de esos personajes del futbol uruguayo al que su biografía se tendrá que hacer con cuidado y exactitud. Asumió la dirección técnica de la selección en 1982 pero desde 1973, cuando se instauró la dictadura de Juan María Bordaberry, rivalizó con las ideas izquierdistas. Poseía una memoria de elefante para ubicar quién le había ayudado y quién se había puesto en su contra y una pedantería que no desmerecía. Algo que quería era revitalizar la sangre uruguaya, lo que se conocía como la garra charrúa. Nunca estuvo tan mal entendido el concepto como en el Mundial de 1986. La idea era poner estrategia castrense por encima de imaginación, orden defensivo en lugar de libertad y entonces Uruguay emergió como un equipo violento.

Desde el primer partido contra Alemania, Nelson Gutiérrez había establecido: “defenderé a muerte a mi país así tenga que lastimar a cualquier jugador”. Las declaraciones no fueron nada amistosas para la FIFA y pusieron a girar los papeles en las oficinas. En la cancha, los charrúas abrieron los infiernos.

La FIFA decidió poner para el Escocia-Uruguay al silbante más estricto que tenía, Joel Quiniou quien sólo esperó el momento exacto. A los 9 segundos hubo una entrada temeraria de Cabrera sobre Miller, Quiniou frunció el ceño; a los 56 segundos Batista se barrió en medio campo, de forma intrascendente sobre Strachan que quedó inmóvil como tabla.

“¿Cómo te pueden expulsar a los 56 segundos? No fue una jugada tan... importante, por así decirlo. Cualquier selección uruguaya es siempre un equipo golpeador, agresivo, duro, con personalidad”, declaró Batista.

Nunca fue un jugador versátil ni diferente, era un formal y diligente recuperador de balones, metía el empeine con fuerza y daba el esférico al que sabía. Jugó en Cerro, Peñarol y Rampla Juniors en su país y en Gimnasia y Esgrima de Jujuy y Deportivo Español en Argentina. 21 años de silenciosa carrera deportiva dinamitados por esa tarjeta roja.

Le quedó la idea de que su expulsión fue juzgada muy lejos de la cancha y en oficinas a las que solo se entraba con gafete de FIFA. Han pasado los años y nadie le ha quitado ése récord. El más cercano fue otro sudamericano, Christian ‘Diablo’ Etcheverry, expulsado por el mexicano Arturo Brizio apenas con tres minutos en la cancha en el Mundial de 1994. A Batista, ya le da lo mismo.

Esta historia es parte de una colección de 20 escritos, uno por cada Mundial, desde Uruguay 1930 hasta Brasil 2014: